(Especial para Noticia Cero)
Nueva desilusión, nuevo fracaso, nuevo traspié del que habrá que reponerse. La albiceleste ni siquiera como anfitriona de un certamen logra quedarse con el título. En esta ocasión en la que éramos locales, donde éramos los máximos candidatos nos quedamos afuera en la lotería de los penales. ¿Nos merecemos esta desgracia una vez más? Totalmente.
Siempre soberbios, ciegos ante el nivel que muestran nuestras figuras en el exterior. Creyéndonos los mejores después de doblegar únicamente a la débil sub-22 y semiprofesional Costa Rica.
Partiendo desde la cúspide de la pirámide el principal responsable de esta cruel y dura realidad es Julio Grondona, presidente de la AFA desde la época militar y errático en la gran mayoría de sus decisiones.
Luego continuamos por Sergio Batista, un entrenador sin variantes, sin opciones, sin inteligencia para armar un equipo en función a Lio. Perdido, alejado de una idea de juego concreta, de una identidad y forzando a los jugadores a ubicarse en posiciones nunca vistas, haciéndolos sentir incómodos.
Lo cierto también es que el encuentro estuvo para cualquiera de los dos. Como se lo llevó Uruguay se lo pudo llevar Argentina. Muslera fue la figura determinante, hizo todo perfecto, nunca se equivocó y tapó todo. Messi fue el mejor de los once nacionales. Participó, la pidió, se la entregó a sus compañeros, la tuvo, encaró y se perdió alguna que otra chance que la muralla uruguaya le impidió en el último instante.
El primer tiempo fue clave. El desgaste físico y anímico que realizó la albiceleste tuvo sus consecuencias. Mientras tuvimos un hombre de más no debimos cambiar tanto los ejes de ataque. Por el lugar de Messi estaba el espacio pero lo dejamos pasar. Los de Tabárez se replegaron de manera perfecta con la garra que los caracteriza y con el equilibrio en todas sus líneas que había recuperado ante México. La solidez resulta vital para estos compromisos. La selección nunca la tuvo. Atrás hace agua por todos lados y la mitad de cancha está declarada libre para el avance rival.
El complemento y el suplementario fueron más corazón que fútbol. Argentina continuó buscando el resultado y Uruguay esperando alguna contra o balón parado. La superioridad de los de Batista se fue esfumando con el correr de los minutos hasta caer en un pozo que, tras la expulsión de Mascherano, se acentuó aún más. La distancia que había entre defensa y ataque se acrecentó, se dividió el equipo. Los cambios no influyeron, como a lo largo de toda la copa, y sentenciaron lo que se daba.
Historia repetida después del pitazo de cierre. Los penales sentenciaron la desgracia. Tévez ejecutó mal su disparo y el arquero celeste retuvo el único de los cinco que falló la selección. No alcanzó. Faltó formar un equipo equilibrado, siempre se esperó alguna individualidad que nos sorprendiese pero Maradona hay uno solo. Él era el único que ganaba campeonatos sin la ayuda de los demás, hoy eso no existe, es todo distinto porque la estrategia juega un papel preponderante. Cualquiera que se te pare bien te hace partido, más allá de la relevancia de sus jugadores.
Basta de creernos cosas que no somos. Dejemos la soberbia de lado y empecemos a trabajar seriamente para alcanzar objetivos. No pensemos más que con los nombres vamos a salir campeones. Falta rendimiento, falta un equipo. El todo se conforma por la suma de las partes, pero si entre esas partes no hay conexión, no hay química y si se quiere cambiar sobre la marcha nunca se conformará un todo que esté a la altura.
Lamentablemente volvemos a caer en la tristeza. Hoy nuevamente hay que decir que los mejores volvieron a fracasar…
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